PERDONA QUE ME LLEVE EL CHIP

Se despidió pidiéndonos que nos portáramos bien, advirtiéndonos que regresaría en 45 días y entonces nos prepararíamos para viajar juntos,  abandonar el País.  Dejo todo previsto para que no nos faltara nada; nos dejó en casa para que no fuera más traumática su ausencia, nuestros lugares, con los juguetes en la terraza, donde pasábamos la mayor parte del tiempo;  una persona  de confianza estaría pendiente de nosotros, así que podríamos seguir con nuestro día a día a nuestras anchas.

Ciertamente a Mateo  y a mí nos agradaba la idea de marcharnos del país, quizás más a él por su forma de ser tan  extrovertida, snauzer al fin,  y ese espíritu jovial que lo caracteriza, a veces tan intenso que aun queriéndolo tanto me sacaba de quicio; a mí, la idea de irnos lo que me daba era tranquilidad, no nos faltaría nada. La escasez y el encarecimiento de las cosas hacían  que todo fuera  cuesta arriba, para ella y para nosotros. 

Mi hermano y yo crecimos  juntos, nos llevamos un año escaso de diferencia, mi vida sin él no podía ser concebida. Esa mañana, ella nos abrazó, nos besó demasiado  y se marchó; solo llevaba una maleta, lo que me daba tranquilidad, volvería, una casa y una vida no caben en una maleta.  Conforme pasaron los días yo la extrañaba más; con ella me sentía tan a gusto, esos arrumacos con el primer café de la mañana eran como estar en el cielo y luego las horas que pasábamos juntos en la oficina eran adorables.  La casa era muy grande, de dos plantas, cuando enfermo y debió ser operada, entre las decisiones que tomo para bajar el estrés, fue  cerrar la oficina y mudarla para la casa adecuando un lugar en la planta baja, por supuesto que eso trajo a algunas personas a las que debía acostumbrarme, entre ellas su secretaria que acaparaba su atención todo el tiempo haciéndonos a un lado a mi hermano y a mí.  Yo siempre llegaba cuando los empleados se marchaban en  la tarde, si ella seguía en el escritorio es porque estaba cargada de trabajo, por lo que entonces yo buscaba un lugar en medio de todos esos papeles para acomodarme y en silencio acompañarla; Mateo Alejandro, solo entraba cuando quería algo. Por las noches amaba cuando  los tres nos metíamos a la cama, con esas cobijas acolchadas,  nos quedábamos rato viendo la tele hasta que el sueño nos vencía. 

Extrañaba esos días de oficina, con la crisis debió despedir a todos, y entonces, la casa entro en aquel silencio demoledor  que nos tragaba; sin embargo debo decir, que a pesar de la tristeza que iba inundando todo, jamás permitió que nosotros lo sintiéramos o nos faltara algo. Mis hermanos mayores  ya tenían unos años en el exterior  y por eso ella  viajaba constantemente planificando nuestra partida.

Cada día que pasaba, era un día menos para que regresara. Un vecino, un tipo de mundo que  viaja constantemente por asuntos familiares, conocedor, que habla con propiedad,  acostumbrado a los aeropuertos, controles, vino a visitarnos  porque sabía que estábamos solos y nos  comentó algo que me dejó inquieto. Escuchó en una conversación que Barcelona, era una ciudad multicultural, donde convivían  todas las razas sin problemas; que puedes caminar libremente sin miedo, por las ramblas, parques, la playa, sentarte en bancas hermosas rodeado de plantas y flores, que puedes ir en metro, en tren, en bus,  a dónde te dé la gana; que los perros son como príncipes, parecen los dueños de las calles, y que pareciera que son los que sacan a pasear a sus dueños, y que éstos a su vez,  parecen las mascotas recogiendo sus necesidades.  Mis hermanos ya nos habían contado algo pero ellos aún no tenían mascotas.
Con todo esto, nuestro vecino, lo que pretendía era animarnos a migrar, quitarnos el miedo lógico que se siente dejar el terruño, a lo desconocido. Solo dijo algo, que al final me inquietó demasiado, Mateo ni se inmutó, pero yo empecé a dudar...esa noche no pude dormir, comencé a imaginar situaciones que me alteraron el ritmo cardíaco, sentía la respiración agitada. Entonces decidí salir a caminar para calmarme, todo estaba oscuro, de nuevo estábamos sin electricidad: largas horas de racionamiento eléctrico todos los días. Caminaba entre las tamaibas cargadas de flores y el sonido de las palmas danzando, sentarme allí a sentir la brisa que venia del lago me arrullaba, me tranquilizaba. 

De verdad, no lo vi venir, estaba totalmente desprevenido,  me sorprendió su ataque; su fuerza y su ira eran superior a mí, no sé por qué me descuide tanto; no pude defenderme, opté por hacerme el muerto hasta que se alejara... no sé cuánto tiempo transcurrió, creo que perdí el conocimiento. Me despertó el canto de un alcaraván que iba hacia los manglares, ya amanecía. Como pude me incorporé, entré y me tiré en mi cama. Sentí que las fuerzas me abandonaban, no dije nada; Mateo me preguntaba que me pasaba, yo silencioso, quieto, sin ganas. Conforme pasaron los días me sentía peor, hasta que se dieron cuenta que algo no estaba bien. Cuando me llevaron ya era muy tarde...  

La llamaron desde la clínica, la doctora Barboza hablo con ella explicándole  la situación, ella del otro lado del teléfono desesperada pidió hablar conmigo… me hablaba, yo no podía, no tenía aliento. 

En silencio me despedí:

“No te culpes amor mío, siempre te amaré... piensa que fue lo mejor, yo no estaba listo para irme a ese lugar que elegiste como nuestro nuevo hogar, no sería feliz, las calles son de los perros y los gatos no salen, no tienen vida social, Pipo el yorkshire vecino  me contó; no te enfades con él, obro de buena fé, se amable cuando lo veas.  Mateo sé que será feliz, el llenará mi vacío. Perdona que me lleve el chip al cielo de los gatos, quizás sirva para que me encuentres en otra vida.

Te amo, seré tu TOTO, tu gato por siempre.”


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