EN LA CIUDAD, AUSENTE

Sí estoy en la ciudad, sí en esa ciudad que ahora está callada, que aun estando llena esta silenciosa.  Estamos en  ella en un estado de ausencia, en un desapego absoluto provocado, en estado de apatía inducida, de silencio mundano, en estado de abandono ella, en estado de ausencia nosotros, desconectados el uno del otro. 

Transitamos las calles polvorientas como almas en fuga, llenas de miedo, azorados por la delincuencia derramada que impone la ley, donde los que se sienten poderosos cargan sus indecencias contra los más desvalidos; la ciudad donde los espacios de esparcimiento que aun valientemente mantienen su santa maría arriba son  ocupados por poca gente que aún se atreve a salir y por los que salen porque tienen escoltas. 

El  encierro es casi obligado, como única defensa, para evitar exponerte, desconectarte socialmente para sobrevivir. Reducidos a reunirnos en casa de los amigos hasta horas tempranas porque luego debes regresar por calles oscuras, inseguras, llenas de huecos y alimañas humanas. Encierro, en las 4 paredes de tu casa, convertida en  frágil jaula, donde voluntariamente nos quedamos, por ahora.

Extraño sin haberme ido a mi país, a mi vida sin haber muerto; extraño mi rutina, mis trabajos, extraño pasar horas calculando el valor de instalaciones industriales, de inmuebles, extraño salir en la madrugada y tomar la carretera, ver el amanecer en el puente para inspeccionar alguna obra, extraño los curarires en flor vistiendo de amarillo el camino y a las garzas blancas  adornando los potreros verdes, escuchar a Maná a todo volumen, desayunar cachapas o arepas, encontrar sorpresas: tarantines de artesanía, casas coloniales  llenas de pasado y mi cámara fotográfica dispuesta. Extraño organizar los paseos a la playa del Supi o al chalet en Los Andes. Extraño tanta actividad, esa que hacía que le faltaran horas a los días, días a las semanas, meses al año. Extraño la algarabía en la planta alta de la casa, extraño que dependieran de mí, sentirme lo máximo para ellos, lo más grande de sus vidas, la que todo lo podía, lo lograba, lo alcanzaba para y por ellos. 

Extraño la familia que se ha ido, los amigos regados por el mundo, extraño a los que aun aquí siguen porque también están perdidos en medio de esta voracidad que nos consume. Extraño mi vida, mi cotidianidad, mis lugares, mis sabores, extraño todo…Extraño a Venezuela sin haberme ido. Y si bien es cierto que este tiempo debo tomármelo como una pausa ante una decisión tomada, es imposible no sentir, añorar, recordar. No puedo evitar sentirme suspendida en el tiempo, en el espacio, luchando con tantos sentimientos y situaciones a la vez: desprendimiento de lo conocido, incertidumbre ante el nuevo horizonte, desapego, destierro, vacío,  perdida. 

Hoy, amanecí con el corazón arrugado y el nudo en la garganta aguantado,  pretendiendo ahogar el llanto.

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