AQUELLA NAVIDAD...



Aquella Navidad…, fue la más hermosa porque estabas con nosotros y sucedió lo que tanto deseamos por años, nuestras familias se habían reunido. La primera visita  fue anunciada, nuestra abuela materna desde España, a quien tu no conocías quería venir para disfrutar unas vacaciones al estilo “americano”, y así llegó, en avión, una experiencia totalmente nueva para ella, la Abuela de España, Josefa, con su fragancia de pino y su aire de mar, sus cachetes rosados y su cabello blanco como la nieve, que trajo a mi mente lindos recuerdos de la niñez, cuando vivíamos en su casa de La Guardia, con vista al océano, que en el invierno nos asustaba y en el verano nos daba alegría.

Luego, un día, inesperadamente, tocaron a la puerta, y al abrirla, quedamos sin habla…otra visita, pero aún más lejana que la primera anunciada; ésta venía del Medio Oriente, tu mamá, mi Abuela del Líbano, Fátima. Mamá no la conocía, como tú, conoció a su suegra después de tantos años, coincidiendo para los dos, tan magno acontecimiento. Sorprendidos, sin saber qué decir entre risas nerviosas, de alegría y sorpresa la hicimos pasar, acompañada de toda su parafernalia religiosa.

Allí estábamos, los Abidar García, de pronto frente a las dos personas que dieron origen a nuestros principios, dos personas que no tenían nada en común, con una vida tan distinta y que el destino, por alguna razón que no entendíamos, las reunía en nuestro hogar…Fátima y Josefa.

Fue hermoso, mágico y extraño! Las dos se sentaban a tejer, una en cada extremo del sofá, de manera estratégica;   no podían comunicarse pues su idioma era diferente, pero sus miradas entre sí, lo decían todo. Compartían la cocina, y competían en ella, un día  aromas de España y otros del Líbano…nos deleitaban con manjares, y mamá y yo, aprendíamos de ellas.

La Abuela del Líbano, Fátima, tres  veces al día se retiraba a orar, era todo un rito: colocaba la alfombra con motivos alegóricos a La Meca, lugar sagrado de oración musulmana, orientándola hacia ésta, y comenzaba a rezar con una túnica blanca, arrodillada e inclinada, extendiendo sus brazos en el suelo. Era impresionante aquella escena.

Fueron días de emoción, salíamos de paseo  para que ellas conocieran lugares amados  de estas tierras: visitamos la Laguna de Sinamaica con sus hermosos y típicos palafitos; un fin de semana fuimos a Los Andes, con sus majestuosas montañas y hermosos valles sembrados de flores y ricas hortalizas, ríos de aguas cristalinas y piedras gigantescas que alborotaban su paso.
Hermosos paseos, visitas de amigos, prolongados almuerzos, hicieron de esos últimos meses del año  una fiesta prolongada llena de sorpresas, anécdotas, celos de abuelas. Conocieron nuestra gente, amigos, nuestras costumbres, nuestra forma de vida, se asombraban, reían y a veces no comulgaban con ella…

Yo me sentía entre dos aguas, a veces tranquilas, a veces turbulentas, a veces abrumada con tanto amor…Papá y mamá, también pasaron sus apuros, lidiar con las suegras-madres al mismo tiempo era como mucho.

Cuando  llegaba de la universidad, al abrir la puerta, miraba a través del espejo de la consola Luis XV que adornaba el hall de entrada del apartamento y las ubicaba en el sofá, ellas enseguida miraban y esperaban el saludo. Rápidamente, bajaba la escalinatas hacia el salón, y mi abuela Josefa, me decía –anda, anda, salúdala a ella primero-…, y es que Fátima, se moría de celos si no lo hacía jajajajaja,  con ella el saludo eran 3 besos, uno a cada lado de la mejilla, con Josefa, sólo eran dos. No era fácil, lidiábamos con costumbres tan diferentes al mismo tiempo. Mi abuela Josefa era más informal, más llana en su trato, mi abuela Fátima, era más rigurosa, formal, y claro, el idioma no ayudaba.

Cuentan mis primos en España, que cuando abuela Josefa regresó, atendía el teléfono y decía ALOO!!!! Jajajajaja morían de la risa al escucharla, vaya vaya, que se americanizó en corto tiempo decían jajajajaja.

Mama y yo, conversábamos y comentábamos lo asombroso que resultaba todo, y el extraño presentimiento que nos rondaba; tratábamos de apartar esos pensamientos, pero de tanto en tanto volvían, durante esos tres largos meses, a veces en sueños, muy gráficos y directos.

Acercándose las fechas decembrinas, papá acompañó a mi abuela Fátima en su viaje de regreso al Líbano, pero extrañamente, no llega a Beirut en esta ocasión; decide a último momento quedarse en España, quería conocer la tierra de mamá, sus lugares, su familia, sus hermanas…quedó encantado con ellos, se enamoró de Galicia;  al regresar a casa, le comentaba a mi abuela Josefa, cómo disfrutó de todo aquello y que quería irse a vivir a España, fue como una promesa que le hizo.

Llegaron las fechas de las fiestas, el árbol lucía esplendoroso, un pino canadiense grande y oloroso, cuya presencia te transportaba a esos bosques lejanos de gigantes frondosos adornados con copos de nieve;  también vinieron a casa,  mi tía Lita y mi primo Carlos de Ciudad Bolívar, y mis tíos de Argentina, Paco y Josefina, teníamos casa full. Qué navidades aquellas, la casa olía a empanada gallega, pernil y hallacas, a jamón serrano, nueces y castañas, a canela, a comino; brindamos, cantamos, bailamos!!!

Para el día de Reyes, ya quedamos solos en casa, costaba recuperar la rutina, después de aquellos meses. Jamás olvidaríamos aquella Noche Buena, aquella Noche Vieja, porque fue la última contigo papá, por eso fue tan mágica… y jamás recuperaríamos nuestra hermosa rutina familiar.

Dios te organizó una fiesta  de despedida, te regaló, risas y alegrías, llenó tu corazón de magia antes de tu partida…y nos avisó, lo cual no mitigó el dolor y la tristeza profunda que por años sentimos.

Navidad de 1978

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