Un venezolano en cualquier lugar del mundo es flor perfumada, es corazón de selva verde y profunda, es alma llanera que sonrisas sin medida regala. La tristeza de estos tiempos se lleva a cuestas, a veces pesa tanto que se derrama, pero nuestra grandeza emocional nos abraza con piedad y nos levanta. Llevamos el mecer de las palmeras en la mirada, la brisa del lago, de los andes, del oriente, del Caribe y del Avila, sopla refrescando el mundo con el canto de nuestras palabras. Y el alma, como buchón se nos hizo alas, no sabíamos volar del cálido nido de nuestra tierra amada y los Tepuy, fortalezas que custodian la gran sabana, con su magia nos dieron el valor e inspiración necesaria. Nos llevamos los cimientos grabados con fuego, tambores y danza, para que el corazón palpite al ritmo del galerón, gaitas, golpes y contradanzas. Y por si acaso, una tuma con azabache y peonías nos acompaña, protección de nuestros ancestros, por si nos echan una v
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