Cuando te acostumbras a vivir en la barbarie impuesta, el corazón se endurece tanto tanto que ya nada te asombra, nada te conmueve, nada te toca...no dejes que te ocurra, no dejes que tu alma se oscurezca, y que tu corazón no palpite de tanta indolencia.
Deja que las lágrimas laven tus durezas, que la lluvia que brota de tu ser devuelva la sensibilidad y aleje la frialdad de la indiferencia...
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